Uno de los más misteriosos lugares de Bolivia, por sus historias de tesoros, su estado casi inalterado, con la vegetación aún invadiendo las ruinas y la absoluta soledad en que se encuentra, las ruinas de Sacambaya son un verdadero tesoro escondido y desconocido para la mayoría de los viajeros. Fue construida por los Incas, posiblemente como una fortaleza.
Su acceso no es fácil y el lugar es bastante remoto, a 6 horas de viaje por caminos de tierra. Y luego una caminata de un par de horas.
El Origen del Misterio
La leyenda se remonta a 1760 y cuenta que una misión jesuita asentada en Sacambaya se rebeló contra el Rey de España y antes de abandonar la iglesia ordenó a un grupo de nativos que encuentre una cueva dentro del monte, donde llevaron una gran cantidad de tesoros: objetos de oro puro, metales preciosos y tejidos artesanales de más de 200 años, que ahora estarían avaluados en dos billones de dólares.
Según la página de internet bolivia.blogspot.com, hace muchos años, apareció un campesino que aseguraba conocer el lugar dónde se hallaba oculto el tesoro, pero nadie confió en él y no pudo trasmitir la ubicación en la selva.
La leyenda urbana cuenta que este hombre aseguraba que unos de sus antepasados había sido convocado al templo para trasladar el tesoro. Sin que nadie lo supiera, su hijo menor lo siguió y observó el trabajo que realizaron los nativos.
Cuando terminaron de guardar las riquezas, los hombres que participaron de la expedición fueron desapareciendo uno por uno y, cuando no quedó ningún testigo, los religiosos colocaron en la entrada de la cueva una enorme piedra en forma ovoide. El muchacho permaneció oculto entre los matorrales hasta que los hombres desaparecieron y recién retornó a su casa.
El único testigo contó el secreto a sus hijos, bajo juramento de que no lo comenten con nadie. Así pasaron los años, la historia se transmitió de generación en generación.
Pero, las investigaciones de Discovery Channel´s tienen otra versión de esta historia, que afirma que casi todos los jesuitas que se rebelaron en Sacambaya fueron ejecutados en Europa, menos uno, quien luego retornó a Bolivia para buscar el tesoro y convivir con una in- dígena. Fruto de esa relación llegaría una niña, quien de adulta se enamoraría de un viajero de Inglaterra, a quien le contó la historia del tesoro.
Parte de las ruinas de la muralla de Sacambaya |
¿El Tesoro Maldito?
Durante siglos muchos buscadores de for-tuna vinieron a Bolivia con la idea de desenterrar este tesoro, aún a riesgo de recibir las maldiciones que rodean a esta leyenda o caer en las trampas que los jesuitas habrían colocado al interior de la cueva.
La idea de volverse inmensamente rico era más fuerte que cualquier peligro. Una ilusión que se fortalecía por la descripción que dejó en una carta, antes de morir, el Padre Comendador de la Compañía de Jesús y Conquistador de los 32 pueblos de Moxos por la Audiencia Real del politicario de Charcas, Fray Diego de Olivar.
El texto decía: “El oro en pepitas fue recogido del Valle Alto y fueron ocultas en el cerro Tutinqui... más abajo, al lado del oriente, encontrarán una piedra o puerta grande, que no se desplomará, porque está tapada por dentro con una piedra grande, ahí dentro están los huesos y cinco mil quinientos quintales de oro”.
El primer aventurero en llegar a Bolivia es el inglés Cecil Herbert Prodgers, quien se enteró del tesoro gracias a Corina San Román, hija de un expresidente peruano que tenía un documento que había heredado de un jesuita llamado Padre San Román.
Ahí, el religioso mencionaba que el tesoro se encontraba en una cueva en Caballo Cunco, un escarpado cerro de bosques donde se podía ver tres lados del río Sacambaya.
En 1905, Prodgers llegó con un pequeño equipo de trabajadores. Según los relatos, lograron romper la parte superior de la cueva, pero salió algún tipo de gas tóxico que enfermó al expedicionario, por lo que se vieron forzados a abandonar la búsqueda.
Años más tarde, el explorador Percy Harrison Fawcett insistió en el emprendimiento hasta que desapareció en el Mato Grosso, mientras buscaba una ciudad perdida.
No pasó muchos tiempo hasta que la noticia llegara a oídos del buscador de tesoros Sanders, quien visitó varias veces Bolivia y luego retornó a Inglaterra, para reunir fondos con inversionistas potenciales, argumentando que él había descubierto una cueva, donde halló un crucifijo y un mensaje que les advertía de los peligros sino se marcharan rápido.
Tras varios meses, logró reunir los fondos y en 1928 retornó acompañado de 20 hombres y un equipo moderno de bombas y de excavación, y máscaras antigás; pero, no volvió a hallar la cueva.
La misma suerte tuvo Alan Hillgarth, uno de los exploradores más importantes de la época, que se fue sin hallar fortuna. Tres décadas después, en 1960, los ingleses Mark Howell y Tony Morrison llegaron a Inquisivi, con un detector de metal de fuerza industrial, pero las lluvias no les permitieron realizar su trabajo. Recogieron su equipo y se marcharon.
Algunos libros de historia boliviana contienen referencias a minas perdidas y legendarios tesoros. En 1895, los historiadores José Zarco y Manuel Vicente Ballivián, en su libro “El oro en Bolivia”, insistían en la existencia de este tesoro.
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